La ópera prima de Cristián Sánchez –realizada apenas a dos años del inicio de la dictadura militar de Augusto Pinochet, inaugurando con ella un cine hecho en Chile durante la dictadura– es una película extraña por varios motivos: por su precariedad visual y sonora, por su puesta en escena compuesta por planos prolongados, en sus posiciones de cámara, que encuadran siempre bajo lógicas cerradas, claustrofóbicas, en su puesta en escena y dinámicas espaciales, en sus personajes y en los diálogos que establecen. Todo sugiere un enrarecimiento mayor que excede la narración y no es nunca explicitado, pero que se evidencia desde el inicio y hasta el final, en un recorrido extraño, errático, desencantado. El mismo Cristián Sánchez escribe sobre Vías Paralelas: “Es una historia acerca del desamparo visto a través de varios personajes desarraigados, a la deriva, luego del Golpe Militar. Un ex funcionario público desea reintegrarse a su trabajo. En el intento, se encuentra con seres tan errantes como que buscan “vías paralelas” de sobrevivencia en un contexto socio-político caótico” (Sánchez, S/P) 1.

Bajo esas nociones (deriva y desarraigo), están las huellas de una trama que se mantiene indefinida durante casi dos horas. El protagonista –el funcionario público desempleado– que gana tiempo vendiendo película velada y lápices, visita a distintos conocidos buscando desesperadamente un empleo. El filme se adscribe en esa búsqueda, a veces a través de oficinas donde nunca se sabe cuáles son los trabajos que se emprenden, pero luego continúa en bares, restaurantes, sucuchos, casas ajenas. En ese tránsito que no cesa nunca, aparecen diversos y numerosos personajes que a ratos son importantes y se apropian de la acción, y otras veces, se quedan en segundo plano, sin articularse nunca como tales, más bien como figurantes de un drama sin protagonistas ni héroes fuertes.

El juego en este filme (y en general todos los que Sánchez realiza durante la dictadura militar chilena), es un contrapunto entre errancia y encierro. Errancia porque los personajes no cesan nunca su movimiento, están constantemente deambulando de un lugar a otro, a veces con cierta urgencia, y otras, como si contaran con todo el tiempo del mundo, donde la falta de ingreso no es un impedimento para pasar largos período de tiempo sentado en un bar y armando proyectos absurdos y a toda vista, inconducentes. Encierro, porque ese vagabundeo no da cuenta de una ciudad, de un habitar urbano, de una dinámica espacial o territorial; por el contrario, da cuenta de múltiples espacios interiores, generalmente sobre - iluminados, lugares bizarros, no especialmente únicos o relevantes o representativos, más bien espacios cualesquiera, que mantienen indicadores epocales y culturales simplemente en base a sus objetos y decorados.

Los personajes hablan incesantemente, dando cuenta de algo, aunque no esté claro nunca lo que ese algo refiere. Dice el director: “A través de ese lenguaje yo intento dar la imagen de la alienación, de un mundo donde no siempre hay coherencia ni lógica, de cierta mudez, porque la gente a veces no sabe cómo expresarse: balbucea, se equivoca y está siempre corrigiéndose.” (Rufinelli, 47) Esa es la dinámica motriz de Vías Paralelas, el filme avanza a partir de conversaciones de contenido escurridizo. Los personajes hablan rápido y muchas veces solo ellos se entienden, sin incluir al espectador, como si el código que compartieran fuese secreto, o estuviera en clave que solo podemos intentar adivinar; podemos entrar o podemos quedarnos fuera. Si entramos, debemos acceder a perder el lugar privilegiado del espectador del cine clásico, por el contrario ingresar a un mundo único, dialogante con un cine moderno, una imagen pensativa y un relato reflexivamente poderoso.

Bibliografía

Rufinelli, Jorge (Coordinador). El cine nómada de Cristián Sánchez. Stanford, Sandford University. 2005.



Notas

1

En http://www.cinechile.cl/pelicula-210