El comienzo de Caluga o menta es extremadamente potente: un plano general cromáticamente deslavado, muestra un espacio abierto que se va desplegando mediante un travelling cenital que recorre un terreno vacío y hosco. Esta apertura establece de entrada la idea de un aire irrespirable. Hay pocos objetos en ese espacio: un auto abandonado, un sillón roñoso, sillas de playa. Tres jóvenes medios vestidos, medio desnudos, toman el sol, recostados. Uno de ellos aspira pegamento o pasta base desde una bolsa de plástico. Otro lanza piedras intentando apuntarle a un vaso con agua que está sobre el auto. De fondo se ve una carretera, cables, pasan los autos. Una voz en off señala “aprendí que el tiempo en este planeta se dividía en días, lo que nunca logré entender, pues todos los días eran iguales. Ellos estaban siempre ahí, botados, como abandonados”. 1 La voz pertenece a un adolescente cuyo rol nunca queda demasiado claro durante el metraje.

Ese abandono y extrañeza que abre el film, da paso a un recorrido residual por una periferia santiaguina con pocos habitantes visibles, abandonada tanto por las instituciones municipales y estatales, como por los afectos familiares, los órdenes sociales y policiales. Es un inicio que irremediablemente nos recuerda a la popular canción de mediados de los años ochenta, “Pateando piedras” de Los Prisioneros y su estrofa:

Había tanto sol sobre las cabezas y no fue tan verdad porque esos juegos, al final, Terminaron para otros con laureles y futuros y dejaron a mis amigos pateando piedras

El protagonista de Caluga o menta es el Niki, un joven que trabaja en un taller, agobiado por su penosa rutina en un espacio (el taller mecánico, el terreno baldío de la población de Lo Espejo en donde pasa sus días) de malestar y pobreza. Paralelamente, con sus compañeros de pandilla, realiza robos de baja escala y trafica drogas. La película avanza de manera interesante principalmente en los contrapuntos espaciales que va proponiendo; planos interiores (de un automóvil, de pequeñas habitaciones) visualmente oscuros y agobiantes; y planos generales donde la desazón apenas da tregua. Incluso cuando salen de Santiago (a buscar un paquete de marihuana por encargo) hacia el norte, al desierto y la inconmensurabilidad del mar, la libertad y la naturaleza se presentan como algo efímero e inalcanzable.

Hay una propuesta visual que logra promover constantemente una estado de asfixia y agobio en esta narración que, si pudiésemos inscribirla en algún género, podría ser el de drama social con ciertos elementos de melodrama. Es decir, el agobio no funciona solo a nivel visual (la opacidad o falta general de luminosidad en el relato, la tierra siempre seca, el hábitat polvoriento del Niki y sus amigos). Si no también, por ejemplo, en la ciudad que se articula también de modo melodramática: en el gran Santiago de Caluga o menta pareciera que solo viven ricos y pobres (prácticamente no aparece la clase media); y justamente la inserción al drama está en que Niki se enamora de una mujer de clase alta (sensual y misteriosa), que parece estar aburrida de su entrono. El final de la relación errática que se inicia entre ellos, solo puede ser trágico.

A su vez, la voz en off (que aparece en la apertura y luego vuelve un par de veces a lo largo del metraje) confunde, es ambigua: un niño, un adolescente, que juega a ser un extraterrestre que acaba de aterrizar en el planeta y observa a estos vagos y lumpen ocupando su tiempo. Este tipo de elementos, disruptivos y cargados de extrañeza, ayudan a que este sea un filme que envejece bien, que se vuelve un prisma interesante de una época extraña y compleja, época que afronta enormes conflictos que parecen mantenerse hasta el día de hoy.

Lo tradicional (lo clásico, por decirlo de algún modo, en el afán por insertar la realización audiovisual local en cierta conceptualización más apropiada para leer el cine norteamericano), en el desarrollo de esta película está, en cambio en su ingreso al género cinematográfico, en la propuesta de drama social, que es de distintos modos una manera en que se nos obliga a tomar posición. En un principio, antes de los créditos y el título, una leyenda que anuncia: “a fines de los años ochenta uno de cada tres jóvenes chilenos entraba en la categoría de lo que comúnmente llamamos marginales.

Si tomamos en cuenta que Caluga o menta es de las primeras películas que se realizan y estrenan en Chile una vez finalizada la dictadura militar en el comienzo de lo que fue denominado como transición a la democracia, podemos convenir en que el texto del comienzo es bastante indicial de la época que se quiere representar, o al menos, de los temas que promueve esa época, relacionados justamente con las ruinas que deja una dictadura que recién termina y la promoción de un sistema neoliberal en que el individuo es abandonado por el estado. Los personajes, mientras pueden, se ríen de su situación mientras la narración va tejiendo un destino que –como se puede anticipar– es poco esperanzador a su alrededor. Son personajes con pocos objetivos y pocas ambiciones. Como señalan Cavallo, Douzet y Rodriguez: “Sus personajes (de Justiniano) viven una situación de total inmovilidad social y existencial, como si estuvieran sometidos a una condena eterna e inamovible (…). Así la dimensión social (histórica) de la película resulta ser más aparente que real, porque el tratamiento mítico privilegia otros elementos: intemporalidad, inmovilidad, eternización, clausura y condena” (Cavallo, et all, 80).

Esa opresión, que se siente a modo de atmósfera (no solo de acontecimiento), no tiene tanta relación a nivel de historia, con los eventos más traumáticos y siniestros de la dictadura, sino que en cuanto a su efectos, al modo en que transforma políticamente el país, sus órdenes económicos y sociales. Justiniano rentabiliza expresivamente el paisaje, con cuadros desolados y ciudades deshabitadas, con individuos que avanzan sin objetivos, erráticos, se va poniendo en imágenes una sensación de la dictadura y los efectos que se arrastran hasta el presente.

Bibliografía

Cavallo, Ascanio, Douzet, Pablo, Rodriguez, Cecilia. Huérfanos y perdidos. Santiago, Grijalbo, 1999.



Notas

1

Monólogo que corresponde a la secuencia inicial de Caluga o menta (Justiniano, 1990)