Realizada dentro del novísimo cine chileno, Mami te amo pertenece a la camada de cintas producidas en la Escuela de Cine de Chile, que promulga el cine de guerrillas y bajo presupuesto. Sin embargo el carácter experimental y formal de la ópera prima de Elisa Eliash la distancia de su propia escuela, y la sitúa como una gema autónoma de indagación del lenguaje fílmico, reflexión sobre el digital y la estructura narrativa, por sobre el discurso del cine independiente.

Por esta veta vanguardista, la propuesta política de Elisa Eliash proviene desde lo estético, buscando un lenguaje propio y llevando al límite las posibilidades narrativas de la imagen. Al mismo tiempo, interroga los tonos de la narración y qué entendemos por realismo en el cine, pues la directora establece escenas distorsionadas, cargadas de un tono sutilmente absurdo que sí se encadena a lo verosímil, pero no en su transparencia dramatizada sino en lo absurdo que está contenido en lo real, en las equivocaciones, desencuentros y divergencias. Es un mundo calcado sobre la realidad empírica, pero ajustado a la mirada autoral de Eliash, que se evidencia en un punto de vista de cámara torcido, filtrado, que en vez de focalizarse en la acción divaga como la mirada de un niño en un lugar que no conoce, absorbiendo el mundo bajo su propio ritmo: inquieto, lúdico, con mucha curiosidad.

Los diálogos entre madre e hija, los rituales cotidianos y el hecho desdramatizado de que la mujer intenta abandonarla a diario en distintas partes de la ciudad, resulta ser un plot-imposible pero que funciona como catalizador de la narración y del devenir de la imagen como seguimiento de la pequeña. Y también funciona como punto de partida para una postal de la ciudad, una ciudad que no se suele ver en las películas, una ciudad que acumula los deshechos del mercado y que es interrumpida por el progreso, el lado de la ciudad que no es favorecido con el crecimiento económico, bosquejada a pulso, sin planificación urbana ni paisajismo. La autopista, los pasos sobre nivel, las calles de tierra y sin árboles, la micro, los personajes que habitan esta neo-marginalidad pop, están al mismo nivel que los dulces y los parques de atracciones, puntos de extravío de una cartografía experimentada a través de una mujer al borde de la ceguera, y de una niña que le gustaría ser ciega como su madre.

Esa ceguera se vuelve una obligación para replantearse la forma de abordar lo visto, y es la manera que tiene Eliash para volver la mirada hacia las ‘formas de ver’, alineándose a un cine contemporáneo autoconsciente y autoreflexivo. La película no busca hacer notar la diferencia entre la falta de vista y la realidad inmanente, sino que anula esa falta, prefiere argumentar en contra: finalmente, la realidad fáctica es lo que vemos. Esta posición, que privilegia la experiencia del espectro de lo sensible (luces, texturas, ruidos) por sobre un naturalismo racional, posiciona a la película en una situación excepcional dentro del horizonte local; dicho de otro modo, esta película se aleja de las producciones locales centradas en el guión, en el drama, en la actuación o en el conflicto. Su preferencia por el juego visual nos ofrece la posibilidad de redescubrir ese lado de la ciudad, no bajo el filtro de la denuncia social, de la miserabilidad o del realismo sobredramatizado. Curiosa y paradójicamente, bajo el tono lúdico de Mami te amo este mismo espacio adquiere nuevas potencias críticas, lo que nos permite observar que existen múltiples formas de hacer emerger tensiones políticas en los textos audiovisuales.