Naomi Campbel es el primer largometraje dirigido por Camila Donoso y Nicolás Videla, estrenado en el año 2014. Su título hace referencia a la actriz y modelo inglesa: Naomi Campbell, quien dentro del filme es el referente estético y de belleza de una inmigrante colombiana, que desea someterse a una operación de cirugía plástica para parecerse lo más posible a la modelo. A pesar de que la película no se centra exclusivamente en la historia de esta inmigrante, sí aborda a partir de la historia de otro personaje este universo común de deseos de cambio, movilidad, insatisfacción, corporalidad, culpa, integración, sexualidad, discordancias y diferencia de clases.

La protagonista del filme es Yermen (Paula Yermen), una mujer transexual que vive en la población La Victoria en la periferia de Santiago, y que al igual que “Naomi”, desea una cirugía plástica. En el caso de Yermen, la operación se trata de una intervención para cambiarse de sexo. Ella está segura de que esta operación le cambiará la vida, podrá dejar la población y también su trabajo como tarotista (o compañera esotérica) que realiza a través de una línea de servicio telefónico. Podrá con este cambio resistir y luchar contra lo que se le ha sido “designado”. Ahogar la culpa que siente por no ser lo que debería ser. El cuerpo con el que ha habitado el mundo le es un cuerpo ajeno, un cuerpo carente de integridad y sentido. Yermen busca darle un sentido a su propio cuerpo.

Uno de los elementos metodológicos y formales con el que trabajan o coquetean los directores, es la llamada “etno-ficción”. Este término, acuñado en los años 60’ por el cineasta francés Jean Rouch, se refiere a un trabajo audiovisual de investigación antropológica basada en la completa evidencia del dispositivo cinematográfico dentro del contexto retratado o registrado, y por lo tanto cuenta con una conciencia absoluta de la intervención del cineasta o antropólogo en este contexto. El cineasta con su presencia modifica y altera el mundo que desea abordar. No existe la ingenuidad de aquella representación documental observacional que intenta retratar un aspecto del mundo en un estado puro, que se mantiene virgen a la provocación del artefacto cinematográfico sugiriendo que lo que muestra es una realidad intacta. A partir de esta conciencia, la etno-ficción propone hacer partícipes a los personajes, haciéndolos actuar o recrear sus propios roles o papeles en la sociedad y contexto en que se desenvuelven. De esta manera se busca llegar a nuevas formas de representación de la realidad, aprovechando justamente aquella riqueza que la representación (ficcional o no) le otorga al mundo; como también llegar a conclusiones más profundas de la sociedad, sus dinámicas y sus complejidades, en cuanto los personajes toman conciencia de quienes son ellos, dentro de esta misma, y nos lo muestran a partir de sus propias encarnaciones.

Naomi Campbel opera a partir de una ficción que se nos presenta compleja y llena de cruces con el documental. A través de estos cruces, la ficción adquiere cierta profundidad y textura, se vuelve una ficción nutrida por elementos y hechos reales de la vida de la protagonista. De esta manera, logramos también tener una experiencia distinta y particular como espectadores. Ya no es necesario preguntarse si nos encontramos frente a un documental o una ficción, puesto que ambos mecanismos utilizados en el filme apuntan a hablar de temas que pueden desligarse de su forma y cristalizarse en una nueva forma híbrida, cambiante, atractiva y seductora, pero también llena de desencajes y discordancias. Una forma acorde y armónica con la propia figura ambigua de Yermen.

El filme comienza (y luego está interrumpido también) con imágenes capturadas por la propia protagonista con una handy-cam digital. Se trata de un material completamente distinto al de la estructura general del filme, un material más crudo, más ruidoso, más visceral. Esta cámara en manos de la protagonista nos da un acceso distinto a su realidad y entorno. Nos permite entrar en la noche y en las calles de la población que habita, a partir de sus propios ojos, de su propio pulso. Podemos oír su respiración, podemos notar que está borracha. Es tarde, las calles y las plazas están vacías. Solo merodea una jauría de perros que le ladran a la cámara, que se inquietan con su presencia, con la atípica presencia de Yermen.

Estas imágenes generan un sincretismo con el resto de las imágenes, que podríamos decir, están filmadas en un código más “ficcional”. Este sincretismo formal, se despliega a lo largo de todo el film no solo a partir de la forma, sino también en los contenidos.

Yermen reza diariamente a una virgen en un altar elaborado por ella misma con botellas, flores y velas. Ella le dice a una de sus amigas, que el sincretismo es cuando una cultura ha absorbido a otra. En el caso de esta película, el documental ha absorbido a la ficción y la ficción al documental. El sexo femenino ha absorbido al sexo masculino y el masculino al femenino, el cuerpo al género, la nacionalidad al estrato social, la espiritualidad a la religión, la culpa al deseo… y viceversa.