Sin Norte de Fernando Lavanderos es una road-movie sobre un hombre que intenta recuperar a su novia luego de que ésta lo deja, siguiendo el rastro que va dejando en la nube digital con los registros del viaje que emprendió al norte de Chile. Es, en el fondo, una historia sumamente simple, pero Lavanderos la lleva más allá tanto por los dispositivos narrativos que utiliza como por su puesta en escena y los diversos personajes que los protagonistas conocen en su viaje.

Visualmente, la película se construye a través de dos tipos de material completamente diferentes. El primero cuenta el viaje de Esteban con una puesta en cámara que se preocupa principalmente de mostrar los paisajes desérticos que visita el personaje, tanto en secuencias de montaje que nos llevan de un espacio a otro a través de amplios planos que muestran el paisaje desértico del norte de Chile, como en planos de seguimiento con cámara en mano, en que vemos la espalda de Esteban, caminando por los diferentes lugares en que busca a Isabel. Uno de los mayores y mejor logrados ejemplos de este tipo de cámara se da cerca del final de la película, cuando Esteban finalmente logra encontrar a Isabel en el salar de Surire. El plano sigue al protagonista sin cortar desde que la ve a lo lejos hasta que finalmente se re-encuentran en un abrazo, mostrando en el proceso la majestuosidad casi alienígena del paisaje, que sirve de fondo perfecto para el final del viaje interno de Esteban.

Por otro lado está el registro que Isabel hace de su viaje. A diferencia de la minuciosa puesta en escena del viaje de Esteban, la cámara de Isabel es mucho menos cuidadosa, a menudo centrándose en detalles que, si bien al espectador pueden resultarle banales, son de interés para Isabel. Esto es importante, pues estos registros son la única forma en que realmente conocemos a Isabel, y a través de sus conversaciones con los diversos personajes que va encontrando en el camino, vamos descubriendo su personalidad volátil, soñadora y romántica. Resulta entonces completamente coherente la cualidad distraída y juguetona del registro de Isabel, y adquiere aún mayor valor considerando que fue la misma actriz, Geraldine Neary, la que filmó el material, viajando por el Norte y encontrando a los diferentes personajes que posteriormente Esteban encuentra.

El montaje hace que estos dos materiales dialoguen perfectamente, y el paso entre cada material resulta fluido y entrega dinamismo al relato, mientras que nos permite empatizar aún más con el protagonista, ya que vamos conociendo el viaje de Isabel al mismo tiempo que Esteban, a través de sus mismos ojos. Así, por ejemplo, cuando Isabel registra un pequeño encuentro amoroso con un hombre que conoce en el camino, lo vemos junto a Esteban y podemos sentir su decepción y rabia. El salto entre formatos nunca resulta confuso, ya que ambos materiales tienen calidades y texturas lo suficientemente distintas para ser fácilmente diferenciables, sin que el cambio resulte chocante. Esta estructura narrativa que muestra primero el registro de Isabel de determinado espacio para luego llevarnos ahí junto a Esteban, permite que a pesar de consistir en una historia bastante simple, lineal y predecible en su núcleo (el viaje de un hombre para recuperar al amor de su vida que se transforma en un autodescubrimiento propio), el film se sienta fresco y lleno de gracia.

Por otro lado, el juego con la dicotomía entre realidad y ficción que Lavanderos ha ensayado antes en Y Las Vacas Vuelan le brinda una capa de complejidad aparte. Gran parte de los personajes que Isabel y Esteban conocen son lugareños interpretándose a sí mismos, y esto se alcanza a sentir de entrada. Los personajes conversan. No dialogan con Esteban, no en el sentido estricto del diálogo dramático, en que cada línea de cada personaje tiene una intención y un objetivo. Lavanderos, en vez, deja que los personajes que Esteban e Isabel conocen simplemente conversen sobre sus vidas, mientras que los protagonistas, Esteban e Isabel, simplemente les siguen la corriente. Esto, sumado a la simpleza de la puesta en escena de estas conversaciones, hace que el film adquiera cierto tono documental incluso en los momentos en que Esteban pregunta sobre Isabel para que la trama siga avanzando. Este tono documental genera una agradable incomodidad en el espectador, ya que uno deja de saber a ciencia cierta dónde está parado, qué es lo que está viendo.

Esta incomodidad, sin embargo nunca llega a puntos insoportables, y más bien se complementa con la extrañeza de la situación de Esteban en general. Muchos de estos encuentros resultan graciosos tanto por la actitud de Esteban, que se hace pasar por locacionista o productor de teleseries para acercarse, como por las reacciones que tienen los lugareños al tratar con él. Algunos le hacen bromas que no alcanza a entender, otros desconfían de él, pero las respuestas siempre se sienten auténticas y espontáneas. Si bien estas escenas podrían adquirir cierto tono de broma barata viral al estilo de Sasha Baron Cohen, se sienten honestas y emocionalmente profundas, particularmente acercándose al final de la película, cuando el viaje de Esteban ya está acabando.

La resolución de la historia es, como mencioné anteriormente, simple y predecible, jugando con el concepto de que lo importante de todo viaje no es el destino, sino el mismo viaje. Esto es graficado de forma bastante literal en la última escena de la película, en que Esteban decide dejar que Isabel se vaya, llevándose consigo de vuelta a Santiago una piedra que encontró al principio de su viaje, cuando una chiquilla le dijo literalmente que “no siempre se encuentra lo que se busca pero siempre se encuentra algo”. Este es un tópico tratado ya de muchas maneras en diversas obras cinematográficas y literarias, sin embargo, se aplica perfectamente acá. Si bien la conclusión de la película puede resultar poco sorprendente, no se siente tan relevante en comparación con el resto del viaje en que Lavanderos nos llevó. Más que la moraleja de la historia, por así decirlo, lo que realmente se queda con uno son los bellos paisajes desérticos y los diversos personajes que nos presentó, a veces graciosos, a veces trágicos, pero siempre auténticos.

Finalmente es una historia pequeña, íntima, pero realizada con originalidad, gracia, frescura y ante todo honestidad.