Basada en una obra de teatro del dramaturgo chileno Alejandro Sieveking, Tres tristes tigres de Raúl Ruiz es una de las películas más importantes del Nuevo Cine Chileno; no solo por ser un retrato del Santiago nocturno de los 60, sino que por presentar un cuidado discurso en torno a la identidad chilena, su sociedad y cultura local a través de sus protagonistas. Es una mirada antropológica a partir del habla, las acciones y lugares que contienen a los personajes. Fue realizada en 1968, mismo año en que se filmó Valparaíso mi Amor de Aldo Francia y El Chacal de Nahueltoro de Miguel Littin, pero no se estrenó hasta los inicios de los 90 en Chile.
Esta película se percibe melancólica y errática, tanto en el tono como en su narrativa, pero con un sentido del humor propio. Se ha mencionado que Ruiz trabaja desde la desarticulación del conflicto central (en su Poética del Cine lo aborda en el capítulo Teoría del Conflicto Central), donde los movimientos de cámara y el montaje, deambulan por distintos espacios y situaciones del Santiago de los protagonistas, sin objetivos o recorridos predeterminados. Estas mismas características: erráticos, con sentido del humor, flotantes; se ven reflejadas en los personajes: Tito (Nelson Villagra), su hermana Amanda (Shenda Roman), Lucho (Luis Alarcón) y Rudy (Jaime Vadell), el jefe. La falta de propiedad y pertenencia es parte de su deambular, ya que los personajes, forasteros, habitan espacios que no les pertenecen: departamento del jefe de Tito, la calle y locales nocturnos.
La historia se centra en Tito y la conflictiva relación con su jefe, así como en Amanda y su relación con Lucho. La mayor parte del tiempo transcurre en interiores nocturnos, bares y el departamento de Rudy. La cámara suele orbitar a los personajes en sus acciones, quienes nunca están estáticos, a no ser de que estén bebiendo sentados. El alcohol, además de ser parte del ritual de socializar en lugares públicos y celebraciones, es un escape y elemento de distención. Los personajes beben constantemente, pero esta acción casi nunca es la central, es un habito secundario ya integrado en su rutina, como en la de muchos otros santiaguinos que asisten al mismo bar. Nadie se cuestiona demasiado la cantidad de alcohol consumido o de la hora en que se bebe; por ejemplo, Amanda y Lucho se despiertan y comienzan a tomar, y el tema de conversación es el dolor a los huesos que puede provocar dicha acción.
Por otro lado, el transcurrir del tiempo es un tema recurrente para los protagonistas. Muchos diálogos son de este tópico; “Las 12 señor…” “¿Tiene hora?” “ ¿Qué hora será?” “¿Serán ya las 11:30?” “Son las 10….”. Sin dar más información que un número, los personajes expresan que es demasiado temprano o demasiado tarde, o si están en el lugar correcto en ese momento. El tiempo en la historia es incierto, los días son breves y las noches se mezclan. Si bien se conversa sobre el trabajo, relaciones y asuntos pendientes, la sensación general es que predomina el tiempo de ocio y vagancia. Ese modo de habla reducido es algo generalizado en los chilenos y que Ruiz retrata a lo largo de todo el filme.
El director plantea el lenguaje y la expresión corporal como reflejo de la identidad, visiblemente en los modos de comunicación y movimientos de los protagonistas. El estilo de habla es rápido y lleno de modismos, eliminando verbos y conectores. Casi no hay silencios entre diálogos. Los personajes se comunican articulando frases que son incomprensibles para alguien ajeno a esta cultura. Otro reflejo de la dinámica del lenguaje es desde la secuencia de créditos iniciales, mirando Santiago a través de la ventana de un auto en movimiento, escuchamos la canción que dice “estaba la rana cantando debajo del agua…”, un trabalenguas popular, al igual que el título de esta película. La música local es algo que también acompaña a los protagonistas, ya sea como parte de la ambientación o ellos cantando.
Las dinámicas de esta sociedad, se presentan también a partir de las jerarquías y relaciones asimétricas entre los personajes. El jefe, Rudy, es un personaje prepotente y machista, su actitud suele ser para reafirmar su autoridad y poder sobre los demás. Por ejemplo, en una de las escenas finales, intenta seducir efusivamente a Amanda, mientras que ignora por completo las palabras y presencia de su hermano, Tito, en la misma habitación. Amanda, por otro lado, es una figura de mujer femenina y con opinión; similar a las características de Alicia (Delfina Guzmán), la arrendataria de Rudy; pero ninguna de las dos tiene el poder suficiente sobre él, quien siempre obtiene su cometido con ellas. Tito, en cambio, representa al tipo de empleado trabajador, débil y sometido, quien no hace demasiado al respecto para salir de su situación. Sin embargo, después de ver a Rudy con su hermana y ser despedido, ella lo incita a tener el valor para enfrentarlo, lo que concluye en una pelea que deja al jefe completamente inhabilitado. El trabajador sometido logra salir de su situación y pasar por sobre las jerarquías que le fueron asignadas, enfrentando ahora un devenir incierto. Cerca del final de la película lo seguimos desde su espalda, caminando ahora a paso firme por las calles del centro de Santiago.
La ciudad es el espacio geográfico principal que contiene a los personajes. En sus diálogos hacen referencia a la ciudad y otros lugares de Chile, siempre acentuándolos de forma positiva; a pesar de las condiciones de sus vidas, a veces desfavorables, el chileno está orgulloso de donde viene. Una escena destacable respecto a ello, quizás la más onírica y atemporal, es cuando Lucho construye una especie de mapa de Santiago con botellas de vidrio en el suelo y mesas de un bar, cuando ya no queda casi nadie, quizás cerca de la madrugada. Resalta lugares emblemáticos, como el Mapocho, calle Independencia o el cerro San Cristóbal, por medio de la luz de un reflector que viaja a través de los vidrios, reflejándose de un lugar a otro. La luz es controlada por un personaje secundario que está detrás de la barra, siguiendo las instrucciones de Lucho sobre como direccionarla; también señalando qué lugares representa en cada botella, a lo que Amanda escucha atenta. Siendo un personaje que suele ser reducido, Lucho tiene el control de su pequeña versión de Santiago por un momento. Al salir de ese lugar, la luz del sol inunda la ciudad real. Los breves momentos en que el filme muestra exteriores, es siguiendo el caminar de los personajes o a través del vidrio de un auto, donde lo central es mostrar las calles de Santiago, la ciudad como una figura recurrente. Si al inicio los personajes se encuentran en estas calles, hacia el final es ahí donde se dispersan, cada uno por su lado.