Jesús es el segundo largometraje de Fernando Guzzoni después de haber estrenado en 2014 Carne de Perro, filme donde retrata la frustraciones, derivaciones y complejidades en la vida de un ex torturador de la dictadura de Augusto Pinochet. Con este nuevo film, Guzzoni vuelve a trabajar desde este hemisferio menos veces protagonista en el cine chileno. Una zona oscura en que se mueven sujetos y personajes comúnmente cuestionados y marginados; no por que la “historia oficial” los haya marginado, sino porque sus acciones y participaciones en esta historia son cuestionables y problemáticas. Estos sujetos son los antagonistas de la historia de Chile: los residuos de la dictadura en el caso de Carne de perro, los jóvenes que golpean y dan muerte a otro joven en el caso de Jesús.
El caso en el cual el filme se basa es emblemático, fue altamente mediatizado y generó un cambio en las políticas públicas logrando que se concretara una ley antidiscriminación. Conocido como el “Caso Zamudio”, fue el caso de ataque, tortura y homicidio de Daniel Zamudio, perpetuado por cuatro jóvenes la noche del 2 de marzo de 2012 en el Parque San Borja de Santiago.
Así como el caso generó una alta respuesta mediática, social y política, también fue punto de partida para obras de distintas naturalezas, desde libros a obras de teatro, pasando por series para televisión, cortometrajes y películas. A pesar de esto, el caso de Jesus es especialmente interesante puesto que el protagonista no es Zamudio, ni sus familiares; el foco no está puesto en la delicada zona de los damnificados o victimas, sino que en la zona de los victimarios, lo cual nos da un punto de vista complejo y sugestivo.
Al igual que en su filme anterior, la obra no busca de ninguna manera justificar a estos personajes ni sus acciones, ni tampoco generar realmente empatía con ellos. La obra se sitúa en una posición difícil de definir, juzgando pero también permitiéndonos acceder al territorio de aquello que ni siquiera ha merecido ser representado.
En este sentido, el filme busca hacernos pensar en los elementos que rodean situaciones tan brutales como el caso de Daniel Zamudio, hacernos salir de la zona de “confort” que han encontrado los medios para situarnos en una posición compleja e incómoda. Nos sumerge y somete a las condiciones y ambientes que hacen posibles – aunque no por eso permisibles- la violencia y el sin sentido de esta violencia. Adentrándonos en el espacio que habitaron o habitan estos jóvenes podemos hacer el ejercicio de intentar comprender sus actos, de buscar una explicación o más bien la semilla causante, por muy oscura y opaca que se nos aparezca.
Está claro también, que la película toma como punto de partida este hecho real para desde ahí desmenuzar temas que se desprenden de este. Es un filme que desde la ficcionalización del caso revisa temas o ideas en torno a las relaciones padre-hijo, la adolescencia, la sexualidad, la identidad, el vacío, la hiper-estimulación, la banalidad y las repercusiones de los sistemas neoliberales y por supuesto consecuencias – directas e indirectas- de la dictadura en los jóvenes del Chile de hoy; despegándose de esta manera del caso en sí y entregándonos una visión personal y crítica en torno a un universo que completa los márgenes del hecho.
El protagonista del filme es Jesús (Nicolás Duran), un joven bordeando la adolescencia que vive con su padre (Alejandro Goic) en el centro de Santiago. La relación que Jesús mantiene con su padre, es una relación marcada por las ausencias, una relación de constantes intermitentes. Este vacío lo suple, o mejor dicho lo complementa, con fiestas diurnas en oscuros locales, juntas nocturnas en parques repletos, ensayos de coreografías con música coreana, vagabundeo y encuentros sexuales con hombres y mujeres, alcohol y drogas baratas; grupos de amigos que pareciesen compartir un estado de ánimo común, entre la euforia colectiva y el ensimismamiento, la soledad y la necesidad de pertenencia. Un nihilismo y un sin sentido que cobran sentido en este entorno que los acoge.
El filme busca hacer una crítica y análisis sobre fracturas o desencajes presentes en cierta porción de la sociedad chilena – marcada en particular por un grupo etario y un estrato social, pero que podría perfectamente abarcar círculos más amplios- a partir de una historia “simple”, particular y tratada de forma meticulosa;
la cual nos permite revisar por un lado este estado exclusivo de las cosas, como también una mirada histórica que se arrastra y se acumula – corroyendo y oxidando- en el fondo de estas fracturas. Desde este personaje, esta historia, este drama, este asesinato y este sentimiento, el director propone enfrentar la situación no desde las primeras ideas que surgen para dar sentido o dar explicación al hecho, es decir, desde la homofobia, la violencia de género o la discriminación, sino desde algo incrustado más profundo y más difícil de encasillar o ponerle nombre. Guzzoni entreteje un trabajo sumamente sutil y delicado a pesar de deambular entre la brutalidad y la necedad, poniendo en pantalla los puntos débiles de una sociedad donde la casi completa desinhibición y la carencia de ciertos sentidos y figuras pueden llegar a decantar y desencadenarse en un caso tan sórdido como el asesinato de una persona sin mayores motivos evidentes.
¿Cuáles son los motivos por los cuales un grupo de jóvenes deciden golpear y torturar hasta la muerte a otro joven en la mitad de la noche? No hay respuesta en el film y posiblemente tampoco lo haya en el caso real. No por lo menos una respuesta clara y definida, sino más bien nos encontramos con zonas oscuras y difusas de posibles respuestas. De posibles motivaciones y frustraciones. Consecuencias de lo indeterminado – y por tanto no reales consecuencias- son con lo que nos enfrentamos en Jesús. El filme opta por oscurecer lo ya oscuro, en vez de iluminar e intentar dar con el germen, y de esta manera el ejercicio propuesto para el espectador es más bien el de cerrar los ojos y tantear ahí hasta dar con aquello que la imagen fílmica y mediática no puede ofrecernos, ni desea hacerlo.