“Cuando uno se halla justo en la parte delantera de un barco, formando cuerpo y movimiento con éste, de cara al aire nuevo y vivificador del mar abierto, y mira sobre la vertical, puede ver cómo el estrave parte las aguas y traza en la infinita disponibilidad del mar para todos los surcos posibles una línea que inventa segundo a segundo una trayectoria a la vez determinada por su impulso y totalmente libre para ir a donde bien le parezca al timonel. Ésta es la imagen más exacta que me he hecho siempre de la postura crítica ideal: seguir el rumbo de la obra de un cineasta, pero el rumbo en el momento de definirse, lo más fresco posible, mientras va inventándose ante nuestros ojos película a película.” (Bergala p.13)
Cuando nos enfrentamos a la tarea de analizar y teorizar entorno a un cine o a un periodo cinematográfico que toma cuerpo en nuestra inmediata contemporaneidad, es bueno tener en cuenta la perspectiva de la crítica cinematográfica que plantea Alain Bergala en el prefacio de su libro Nadie como Godard. Es en estos casos primordial otorgar la importancia que se merecen la sensación y el proceso casi intuitivo y vertiginoso que nos lleva a intentar definir o abordar aquel cine que se está produciendo en nuestros tiempo, en nuestro país, frente a nuestros ojos; como también ser consciente de los procesos que han permitido este estado actual del cine. Es necesario también girar la cabeza y mirar hacia la parte posterior del barco para comprender desde donde y hacia donde vamos.
A este proceso de navegación inmersiva y anclada en el constante movimiento del presente hay que agregarle una visión tanto aérea como submarina, una visión contextual, del territorio por donde se avanza. Revisitar la idea y la imagen del Algelus Novus, ángel que despega hacia el futuro sin dejar de mirar hacia atrás, hacia el pasado, ymediante la cual Walter Benjamin nos habla del Ángel de la historia, el inevitable huracán que nos empuja al futuro: el progreso.
Este mapa y recorrido hacia delante se completa con una perspectiva histórica, social y política: comprender el cine actual como un desarrollo, y muchas veces consecuencia, de lo que en Chile se ha estado haciendo con el lenguaje cinematográfico desde sus inicios; siempre acompañado y en relación con las realidades políticas y sociales que lo contienen y de las cuales genera un reflejo, o ante las cuales reacciona y desborda.
Nos encontramos hoy en día frente a un Chile con una producción cinematográfica en constante aumento, ya sea desde los principales círculos de la “industria” cinematográfica, como también desde nuevos polos emergentes que se comienzan a consolidar; y frente a una producción cinematográfica difícil de definir y enmarcar dentro de un grupo homogéneo o que se mueva en la misma dirección.
Aún así, hay ciertos aspectos contra los cuales todos los cineastas actuales y las películas estrenadas en el último periodo se están rozando, o por lo menos sirven como puntos de encuentro entre el disperso panorama.
Pareciese ser que el cine de los últimos años, posterior al Novísimo Cine Chileno, o más bien superpuesto y en transición desde este, es un cine que a grandes rasgos tiende a nuevas formas de realismo, o tal vez a una aproximación distinta a la realidad chilena de nuestros tiempos.
Cuando en los años 2000 los cineastas comenzaron a trabajar un cine “centrífugo”, de historias mínimas, narrativas débiles, más introspectivas e individuales, dejando un tanto de lado los tintes “políticos” y volteándose más hacia un cine “a-político” o “in-político”; inevitablemente avanzaban y se dirigían hacia un cine que pretendía abordar las temáticas sociales alejándose de las ideas tradicionales de cine político y sintiéndose más afines a un devenir en ideas políticas o formas políticas sin necesidad de abordar las ya muy abordadas “temáticas políticas”; y de esta forma también erradicar la política hacia aquellos territorios a los que solo el cine puede llegar y que se alejan notoriamente del cine panfletario y de denuncia social.
Películas como Nunca vas a estar solo (Alex Anwandter), Aquí no ha pasado nada (Alejandro Fernández), El Tila (Alejandro Torres), El bosque de Karadima (Matías Lira) o Rara (Pepa San Martín), son filmes con raíces en la realidad; películas que se hacen cargo de historias, sucesos y personajes del Chile actual. A pesar de que abordan hechos altamente mediatizados por los periódicos y la televisión, estas películas ponen de manifiesto que hay otras formas de aproximarse a la contingencia; desde la ficción. No estamos hablando aquí de películas de denuncia, sino de miradas particulares de autores que logran hacer de la ficción una forma de hablar de nuestro malestar . De hacerse cargo no necesariamente desde la objetividad de los hechos, sino más bien desde las complejidades, bellezas y sutilezas de las subjetividades.
Podemos remitirnos también a películas como El Club (Pablo Larraín), Matar un hombre (Alejandro Fernández), Volantín cortao (Diego Ayala y Aníbal Jofré), Hembra (Isis Kraushaar y Cristóbal Vargas)o Naomi Campbell (Camila Donoso y Nicolás Videla), películas que no necesariamente toman como punto de partida un caso particular como podría pasar en la mayoría de los casos de las películas anteriormente mencionadas, sino que logran desde un relato más amplio y de origen más difuso, llegar a una correspondencia inmediata con los temas de contingencia nacional.
Existe de alguna manera, una vuelta hacia un cine más politizado, o politizado desde otras formas, como también un cine que se hace cargo de un estado de malestar y disconformidad con la realidad de la sociedad chilena. Pero es importante hacer hincapié en que para llegar a esta vuelta a un cine más politizado, parece ser que las formas y las distancias que tomaron los cineastas del Novísimo cine chileno eran completamente determinantes para este giro. Se vuelve a un cine político completamente distinto al cine político que se realizó durante los años de dictadura o durante los años posteriores a esta, un cine aún anclado en el modelo narrativo que proponía el Novísimo, pero que mediante estas pequeñas historias y poéticas débiles logran una relación un tanto postergada con la contingencia y la realidad nacional.