Detrás de una pantalla somos todos conjuradores. Florencia (17) vive ese síntoma del siglo del internet entre porros de marihuana con sus amigos, jugando a azuzarle las llamas al extraño que se masturba al otro lado de un programa tipo Omegle o Chatroulette. Poco importa que entre los adolescentes de 17 años está el hermano en estado vegetal de Florencia, ellos simplemente juegan con su cabeza, fingen que se mueve. No conocemos la opinión del extraño al respecto, su rostro se pierde fuera de plano.

Detrás del cristal de la pantalla, la humanidad se hace fácil, tan fácil como que uno de los chicos lo invite así nomás a darse una vuelta, ofreciéndole a Florencia a cambio. “Se la vendemos barato,” dice, ella protesta pero sin mayores interjecciones, al fin y al cabo el interlocutor no tiene cara ni voz que lo vuelva una amenaza. La invitación se concreta, sin embargo Florencia lo recibe detrás de una puerta de vidrio, conminándolo a un pequeño vestíbulo. Después de un incómodo coqueteo, ella lo termina tentando a que se desvista y se masturbe frente a ella, quien sólo mira. Ambos se ven y se escuchan, pero la pantalla virtual sigue presente.

En Las Plantas (2015), Florencia, tiene que enfrentarse a cuidar sola a su hermano vegetativo mientras que su madre se encuentra internada en el hospital. Es en este escenario de desesperanza que Florencia explora su propia sexualidad. Bajo el amparo de la rutina, su hermano es la primera experiencia corpórea. Florencia lo baña, se acuesta con él, a veces vestida, a veces semidesnuda, se recuesta sobre su regazo y le lee. Sin pretensiones de entrar en terrenos de incesto, el director, Roberto Doveris, ilustra este tanteo con compasión. Esta complicidad sexual no es gratuita, sino la conjunción de desamparo y fraternidad que, dada la fisicalidad de los 17 años de Florencia y la discapacidad de su hermano, se termina encauzando por esa vía.

Sin embargo, en la otra cara de la iniciación sexual se encuentra Internet en su gloriosa frivolidad, donde todo y todos son posibles, en su prodigiosa entrega del mundo terminamos confundiendo significado y significante. Los amigos de Florencia y más tarde ella, no dimensionan la tensión que están a poniendo a prueba con las invitaciones nocturnas: la pornografía versus el sexo. Pero el sexo no sólo como acto de placer mutuo, sino como el abanico de posibilidades que emerge del acto sexual, desde las más placenteras a las más abusivas. El sexo como una realidad contingente.

Pornocracy (2017) es un documental de la ex actriz erótica, Ovidie, que ilustra un sombrío escenario detrás de la lúdica apariencia del porno libre para todos. En resumen, los tube sites (Pornhub, YouPorn, etc.), controlado por empresas multinacionales, han terminado por destruir las condiciones de trabajo de los artistas eróticos obligándolos a llegar a los extremos: las mujeres recurren a performances más humillantes y los hombres se vuelven más abusivos. Del otro lado de las pantallas, un público menor se educa sexualmente de la manera más accesible en una sociedad donde el placer es pecado. Los personajes de Las Plantas son ese público.

La tensión pornografía vs. sexo encuentra un eco en la primera y última escena erótica de la película. El primer episodio del vestíbulo es un juego. La puerta de vidrio se puede comparar a una pantalla de computadora, negando la posibilidad de un coito real y convierte el intercambio en poco más que una performance pornográfica. Los implicados no se pueden tocar más que a sí mismos, si bien no Florencia no se toca, su goce de saberse deseada califica de masturbatorio. Para ellos la escena no es más que una actualización al software de Omegle: la resolución es tan buena que parece que el interlocutor estuviera ahí.

Sin embargo, la tensión se quiebra en la última escena. Florencia se desnuda, se desplaza, apaga las luces, recorre su propio cuerpo con una linterna, trazando un recorrido para la imaginación del extraño que rabiosamente se masturba, pero más que abandonarse al espectáculo, él está convencido de que el cuerpo de Florencia le corresponde inexorablemente. Quiere más, no se conforma con la privacidad inviolable que representa una puerta cerrada. Para él es un breve obstáculo hacia el premio que le es merecido. Él entonces saca sus llaves y comienza a forzar la cerradura, Florencia huye, consciente de la virtualidad resquebrajándose. No conoce el mundo que se abre en el golpe final de esa llave que con un buen empujón logra abrir la puerta.