La Visita es la ópera prima de Mauricio López Fernández y además el debut como actriz de Daniela Vega, quien da vida al personaje de Elena, la cual llega al velorio de su padre en la casa donde Coya (Rosa Ramírez), su madre, trabaja. Su llegada despierta la curiosidad y morbo de los habitantes de la casa, pues Elena antes fue Felipe.

Elena termina transformándose en un elemento de perversión donde cada acción y decisión que toma está velada por este morbo que despierta, el mismo morbo con que muchos probablemente vieron en escena por primera vez a una mujer transexual en el cine nacional. El solo hecho de que Elena merodee por la casa dispara la intriga al borde de lo sexual todo el tiempo pero también la discriminación pasiva. Elena saluda a Teté (Claudia Cantero), la dueña de casa, cubriéndose únicamente con toalla lo cual impacta a la mujer, quien más tarde tendrá un incómodo acercamiento sexual con ella; el maestro que va a arreglar la cocina, el cual parece ser objeto de deseo de Coya, se interesa por Elena en un momento tentándola a salir; Rita (Nathalia Galgani) seduce y observa acechante a Elena en la mayoría de la película; Enrique (Paulo Brunetti), esposo de Teté, también espía a Elena mientras orina en una escena. Elena parece remover en esa casa la seducción, la insinuación, el deseo. Es sin buscarlo un objeto y, a pesar de que solo recibe un ataque directo de su madre por ser transexual, se convierte pasivamente en el punto de discriminación.

La pasividad con que se dan estas agresiones o, más bien, este espionaje y asecho a Elena, parece ser el elemento más político de la película el cual viene casi adherido al poner en escena a una actriz transexual, ya que se dialoga de modo directo con la realidad de esta comunidad, el modo en que tenemos como sociedad chilena de objetualizar y fascinarnos –a veces por las razones equivocadas como suelo decir- con las personas trans. Es el modo que tenemos de mostrar la impresión que provoca esta realidad tan ajena; es la pasividad con que se toma el tema y se relaciona exclusivamente a algo carnal, como si todos quienes tienen alguna fantasía con Elena tuvieran algún poder sobre ella por ser cisgéneros 1.

En paralelo hay un discurso estético sobre el rechazo de la realidad mencionada anteriormente, por medio de una decisión de la puesta en escena de mantener a Elena en el segundo plano. La composición fotográfica prioriza elementos del arte en primer plano antes que la figura de Elena, el reflejo por sobre la imagen propiamente tal, planos traseros por sobre frontales. Elena aparece por primera vez en la película en una silueta, cuando la vemos llorar se antepone una cortina. En casi todo momento se accede a ella a través de algo, lo cual podría ensayar sobre la marginalidad en la que viven las personas trans, a propósito de esta objetualización referida. Residen en el segundo plano, atrás de lo que nos parece importante.

Al mismo tiempo este elemento potente y político se tiñe de un accesorio común al hablar de transexuales, una capa superficial y maquillaje que rodea el tema: la apariencia. Accedemos a la intimidad de Elena a través de su vanidad; cómo se arregla en el espejo, compitiendo a veces por la femineidad con su madre y a ratos sola. Las metáforas sobre la aceptación están dadas por menciones sobre el vestuario; Teté le da un pañuelo a Elena para que use en el funeral y luego, hacia el final,Coya ofrece una falda a Elena como señal de aceptación. Es en este momento, cuando por primera vez madre e hija comparten una complicidad, donde accedemos al mensaje que engloba mayor dolor y reflexión en la película; y es que Elena venía en realidad a buscar la aprobación de su madre. No es la falda lo que importa (a pesar de que la metáfora pueda resultar vanidosa como su contenido), sino que lo doloroso es que Coya le da permiso con ese acto a Elena para ser mujer y me frustra como espectador que la protagonista haya estado buscando eso, es como si Elena nos diera una falsa ilusión de realización que en ese final se derrumba pues estaba, efectivamente, buscando el empujón de la madre. Resulta doloroso, porque es brutalmente real. Y también porque enfatiza la lejanía con que es abordada la transexualidad en esta película, que sí busca hacerla un tema central del guion.

A pesar de esto, pareciera que la película responde a aquello centrífugo que Carolina Urrutia expone en su libro “Un cine centrífugo” (2013), es decir, narraciones que se escapan de una lógica de conflicto central, personajes que establecen relaciones frágiles con los sucesos, un cine de trama dispersa. En La visita, si bien hay una historia clara (Elena vuelve a su casa de la infancia para velar a su padre), la película en realidad no se trata de eso. Vemos poca relación de Elena con el difunto padre, salvo un par de momentos. No hay tampoco una seguidilla de acontecimientos que nos lleven a ese conflicto, porque en realidad el conflicto es difuso. Lo que en realidad sucede, es la atmósfera misteriosa y casi tétrica que se da en la casa. Sucede, como ya mencioné, la morbosidad ante este cuerpo trans en un ambiente más bien tradicional. Ocurre el silencio de una madre que no es capaz sino hasta el final de mirar a su hija por quien es. Acontece una dinámica familiar compleja pero callada. Elena observa en esta casa y nos invita a observar con ella.

Además, creo que La Visita es parte de los “otros mundos” que retrata Gonzalo Aguilar en su ensayo sobre el nuevo cine argentino (2006) el cual nuevamente despierta una analogía casi imposible de pasar por alto: la influencia argentina en esta película, desde su producción, su evidente acento (incluso al incluir dos actores argentinos en el reparto) y su juego con los elementos estéticos que Aguilar describe de este nuevo cine. Hay un intento de que el diseño sonoro de la película cobre una importancia en la atmósfera referenciándose imagino lo que Lucrecia Martel logra, donde no se busca que el sonido simplemente siga a la imagen sino que corra por su propio carril; donde el off, el fuera de campo, cobra una fuerza brutal en esta película; los sonidos de la naturaleza, los disparos, la abuela loca que grita y ríe. Es esta atmósfera la que puede también darle un carácter más contemplativo o centrífugo a la película, donde se diluye su intención y funciona como un elemento, quizás, meramente estético que dialoga con la referencia. También se ve este otro mundo, siguiendo con Aguilar (2010), en la locación que pareciera una zona alejada de cualquier parte reconocible de Chile; o incluso en la poética del accidente donde se potencia esto que ya he repetido sobre la trama diluida, en donde Elena llega por un accidente (la muerte) a hacer esta visita.

La Visita, es una película importante al poner en escena a una mujer transexual como protagonista y que sin ser activista hable de manera efectiva sobre esta realidad. Con una factura impecable, coreografías dinámicas en los planos y una atmósfera interesante; esta no pareciera una ópera prima habitual y tampoco un debut de actriz típico. Es el riesgo de instalar una temática compleja en una época cuando todavía se hablaba poco sobre la situación trans en chile. La visita trae desde su génesis un discurso claro y potente que busca remecer la concepción que hay hoy sobre la temática trans y que por medio de su narración coral, de su atmósfera extraña y las metáforas en tanto la aceptación, nos interpelan ante un nuevo mundo, ante una nueva realidad.



Notas

1

Hay una frase estremecedora de la serie de Amazon Transparent sobre la objetualización de las mujeres trans, acuñada por la también actriz trans Trace Lysette, quien interpela a un hombre que la seduce de modo tácito. Dice algo así como “no soy tu aventura, soy un ser humano” lo cual aplica como anillo al dedo a la situación que genera Elena en la casa donde creció como Felipe.

Bibliografía

Aguilar, Gonzalo. Otros mundos. Un ensayo sobre el nuevo cine argentino. Buenos Aires, 2006. 

Urrutia, Carolina. Un cine centrífugo. Ficciones chilenas 2005 - 2010. Santiago, Cuarto Propio, 2013.