2005. La policía californiana encuentra el cuerpo de Ricky Rodríguez, 29, en su auto. Se había matado de un balazo. Un día antes degolló a quien fuera su nana, no sin antes sacarle información acerca de dónde estaba su madre. También pretendía matarla. Cuando nació, Ricky Rodriguez había sido ungido por su padre adoptivo como Davidito, el Mesías. Ese era el mundo de la Familia Internacional, un culto cristiano que hasta hace poco practicaba abiertamente el incesto y la pedofilia. El 2001, cuando Ricky abandonó el culto y el nombre Davidito su padre ya había muerto y su madre había asumido el liderazgo de la Familia. Traumado por su crianza, Ricky decidió vengarse. Pero después de quitar una vida, su consciencia no aguantó. Después de casi 50 años desde su fundación y con 3000 miembros actualmente, la Familia todavía existe. La madre de Davidito sigue a cargo y sigue impune. Después de ver la infancia de Tamara (Sara Caballero) en Princesita me pregunté si el destino de Ricky podría haber sido el suyo. Pero me cuesta imaginarlo. Si cada Tamara en esta sociedad se descargara como Davidito, nos habríamos vaporizado de rabia.
En una vasta parcela del sur de Chile, Marcelo Alonso interpreta al Verbo vuelto carne, Miguel, quien lidera a sus ovejas en una comunidad de gente joven y hermosa. En esta iglesia que sincretiza Cristianismo, Budismo, Hinduísmo y egomanía, la comunidad se sustenta con la agricultura. Por sus pantalones millenialmente cortos, pelo teñido y ocasionales diálogos en francés, bien podrían llamarse amish fashion.
Aquí existe la segregación sexual: Mientras las mujeres practican la mayoría de las labores agricultoras, Miguel desnuda a los hombres en el sauna/templo. Ahí replica la práctica del Dios de Israel, quien separaba a los profetas de su comunidad, les susurraba la Palabra y los devolvía al mundo a predicar. Sin embargo, en este mismo sauna Miguel también rompe a veces con la segregación para tener orgías con sus adeptos. Este es un patriarcado con todas sus letras, donde un hombre de carne y hueso pone las reglas y empodera a los otros hombres.
Sin embargo, Tamara, de 11 años, ha sido ungida por Miguel para uno de los roles más importantes en esta Iglesia. Cuando tenga su primera menstruación, será él mismo quien le quitará su virginidad y la embarazará de un Mesías varón. Como la elegida, Miguel le ha dicho que ella heredará "todo esto". ¿La parcela? ¿Chile? ¿El mundo? En verdadero estilo profético, Miguel no especifica.
Desde una perspectiva dinástica, sin embargo, Tamara es una princesa, no una reina. Su importancia radica en su rol de ser María la madre de Cristo, nada más que eso. Y eso si es que es que logra dar a luz a un varón, ya que Miguel no especifica qué pasaría en caso de que ella tuviera una hija.
Princesita se adhiere de lleno al punto de vista de Tamara. A través de ella no vemos a un Miguel siniestro o pervertido, sino que a un Padre bondadoso, aunque la película no nos especifique si están emparentados. Corren por los campos, se bañan en el lago, se revuelcan en el pasto jugando a la lucha. Todo en una cámara lenta de comercial de Isapre y filtro de Instagram. Pero también, sin perder su virginidad, Tamara cumple con sus obligaciones sexuales para con él.
No vemos gráficamente este cumplimiento más que en unos cuantos planos desde los ojos de Tamara. Confusión y cariño chocan a través de una cámara desenfocada y cálida que se concentra en el rostro de un Miguel extático. Al mismo tiempo, un montaje paralelo termina de ilustrar el abuso, concentrado en las texturas de la naturaleza. Especialmente en la del agua. En un punto, nos sumergimos en el lago, la sobrecogedora humedad sexual que, para Tamara a sus prematuros once, la trata de ahogar. No es sino hasta que Tamara descubre el mundo real que Miguel comienza a verse como una amenaza. Le basta presenciar su encuentro con su profesora, quien va a verlo a la comunidad para resolver sus dudas sobre el extraño comportamiento de Tamara con respecto al sexo. Intimidante y con la ayuda de sus peones, Miguel despide a la profesora sin darle respuestas.
"Este cuerpo no es tuyo", palabras de Miguel pero también un tema que ya estaba presente en Joven y Alocada, también de Marialy Rivas. En un mundo ideal, Princesita debería haber sido la primera de estas dos películas. Alude al patriarcado a través de un culto ficticio y al Dios Hombre de nuestra sociedad a través de un hombre real. Pero sigue en el mundo de lo alusivo, no tira piedras que hieran, algo que sí hace en Joven y Alocada, dentro de un mundo que ya existe: la historia de una chica que se enfrenta al patriarcado real y a la tiranía de su familia evangélica. No necesitamos que, después de que nos hayan dicho esa realidad, nos la oculten nuevamente detrás de una metáfora.
Alcanzamos a experimentar el final de Miguel y los hombres de la Iglesia en un incendio accidental provocado por la misma Tamara en el sauna donde ocurrieron todos esos abusos. Pero la película termina con muchos cabos sueltos. No sabemos cómo terminan las otras historias de Tamara, no sabemos qué paso con su amigo del colegio con quien perdió la virginidad, ni cómo termina su relación con su profesora. Tampoco sabemos qué pasa más allá del incendio. ¿Acaso las mujeres seguirán en el culto? ¿Cumplirán con el síntoma del oprimido de terminar siendo aún más violento que el opresor? ¿Se arrojarán al incendio en un arrebato similar al culto de Jonestown?
La Iglesia de Miguel no es sino un espejo a pequeña escala de nuestra sociedad judeocristiana y, por consiguiente, machista. ¿Qué tan cuerdos somos como para juzgar a un culto por su extrañeza? Si de nuestro mundo salieron las palabras de Rosita Alvarado, quien dijo que Nabila Rifo se buscó que su pareja le sacara los ojos. También de nuestro mundo es la reciente excusa bíblica de que María tenía 14 cuando nació Jesús, sólo para defender la pedofilia de un político de Alabama. Princesita presenta nuestro mundo como un oasis. Pero no lo es. Si es que Tamara se terminó liberando de las garras de su iglesia, no es sino cuestión de tiempo que se sienta aplastada por nosotros.