La película sostiene un tono humorístico y picaresco durante gran parte de la historia. A diferencia de lo que señala la sinopsis, el profesor no deja de ir a Europa por un ímpetu activista sino por un conjunto de enredos, como una comedia de equivocaciones. Sólo más tarde, después de refugiarse en Valparaíso (para no quedar en ridículo ante su familia por perder el vuelo) aparece el conflicto político del ex alumno preso por los organismos de la dictadura.

El lenguaje visual es bastante televisivo, y toda la historia está entregada de forma verbal a través de los diálogos. El profesor, entre llamadas a su familia y la investigación secreta que lleva a cabo para ayudar a su ex alumno, atraviesa obstáculos en una narración clásica.

Es interesante que así como en otros films (hasta los ’90) aparecen instituciones encarnadas en personajes. Es como si los personajes más que un individuo complejo (con contradicciones) fuese el reflejo de una clase social, de una institución o de una posición ideológica, prestándose fácilmente a un análisis estructural: el personaje tiene objetivos, sus sentimientos rinden exclusivamente en función de la estructura narrativa y, en último término, encarnan el discurso de la película y del director. La acción lo acompaña en todo momento, hay máxima economía del relato y las relaciones son de estricta causalidad.

En este sentido, el recorrer del personaje no es vagabundeo moderno, sino que se enmarca en la aventura clásica. El personaje investiga, encuentra pistas y persigue un único objetivo (ayudar a su ex alumno, interpretado por Héctor Noguera). Es en su travesía que comienzan a emerger obstáculos que permiten ir leyendo el comentario político del film. El profesor se encuentra con personajes sin densidad que son actantes representantes de instituciones: la justicia, la policía, el organismo del Estado. De esta manera es que el film va entregando las pistas de su posición respecto a la política del momento: identifica los obstáculos del héroe con las manifestaciones del gran antagonista de la película: la dictadura. Sin embargo ese antagonista se mantiene difuso y las únicas manifestaciones de su fuerza opositora son sus síntomas: la fuerza represora, los secuestros realizados por los organismos de seguridad del Estado y finalmente la inutilidad de las demás instituciones frente a esta fuerza. El estado de excepción de la dictadura está como telón de fondo de esta trama.

Me gustaría profundizar en el concepto de Estado de Excepción pues resulta relevante para comprender un sistema de relaciones de poder que las películas chilenas tienden a retratar, ya sea como tema, ya sea como contexto, ya sea como lógica de funcionamiento profundo de sus relaciones. Este Estado de Excepción, instalado por la dictadura militar, puede ser resumido como un poder ejecutivo que se posiciona por sobre el poder legislativo y el poder judicial. La militarización del gobierno impone un poder soberano y el estado de excepción le permite, dentro de una fachada democrática, ejercer su fuerza por fuera de la ley. Es por esto que todos los poderes institucionales que no son el militar aparecen débiles, ridículos, impotentes: falta de justicia, de amparo legal, de protección social, de transparencia ejecutiva. Los personajes están sometidos a un abuso de poder arbitrario y es en esa amenaza que reposan los conflictos de películas como ésta y muchas otras.

Es curioso que este régimen se transfiere en el cine de los años noventa, de modo que la llegada de la democracia no se vuelve garantía de un futuro más próspero, y ni siquiera de una promesa. El desprecio por el asistencialismo que está de fondo en Caluga o Menta se sostiene en las pelícuals que retratan la marginalidad a fines de los años noventa. Si algo tuvo el cine de toda la transición es precisamente esa desconfianza con la democracia y el progreso del país.