Lucía es la ópera prima de Niles Atallah, estrenada en el año 2010 pero ambientada en 2006, el año de la muerte de Augusto Pinochet. A pesar de que este hecho se instala en un fuera de campo casi imperceptible, una noticia proveniente del televisor, adquiere un valor fundamental a los largo del filme cuando nos vamos dando cuenta que es una película en donde la política opera desde una zona subterránea y periférica. O tal vez, mejor dicho, la política se manifiesta entre los intersticios que se generan en las grietas y los pliegues de la imagen y el sonido.
Los protagonistas de esta película son Lucía (Gabriela Aguilera) y su padre Luis (Gregory Cohen), quienes habitan una antigua casa en Recoleta, un barrio céntrico de la ciudad de Santiago. La propia casa en que viven se nos presenta como un protagonista más de la historia, puesto que la relación que tienen los personajes con las superficies y profundidades de este espacio, son esenciales para que la poética del filme se cristalice.
El tratamiento del espacio es un aspecto interesante de revisar por variadas razones. Por un lado, una temática que merodea constantemente es la evolución del espacio urbano en Santiago. La geografía de la ciudad está mutando, y con ella mutan también las dinámicas espaciales de los ciudadanos. De a poco comenzamos a divisar altas torres de departamentos que surgen e irrumpen entre las casas. Edificios que acechan y amenazan la intimidad, pero que al mismo tiempo representan cierto deseo de progreso o cambio, una posibilidad de cambiar. Podemos percibir en los personajes este deseo contenido y reprimido, pero también podemos notar que es un proceso bastante complejo el que se nos presenta. Un proceso que se basa en cierta medida en la presencia de la inmovilidad.
La decisión de Atallah de incrustar secuencias trabajadas con stop-motion (o con menos cuadros por segundo), no es inocua. Pareciese ser que con este recurso o opción estética nos pretende decir que es necesario intervenir la naturalidad de la representación, la naturalidad del movimiento y de la luz, para poder ver mejor ciertas cosas. Los movimientos de los personajes se vuelven inorgánicos al igual que sus presencias se vuelven fantasmagóricas. Podemos percibir en aquella ausencia de fragmentos un movimiento incompleto, un cuerpo incompleto, un cuerpo sostenido entre estos intersticios. Nos enfrentamos a cuerpos no del todo acabados, no del todo realizados. Y es precisamente en estas secuencias donde la relación de los personajes con el espacio e incluso con la política de los espacios, se ve materializada y condensada.
Es interesante también resaltar el trabajo sonoro de estas secuencias. El sonido es un elemento que toma un rumbo casi individual con respecto a la imagen. Un camino paralelo que nos lleva a otro espacio, a otro escenario, pero siempre anclado a la presencia y actuar de los personajes. El sonido nos sitúa en un espacio nostálgico de recuerdos, como también de deseos, proyecciones y sueños. Un espacio subjetivo pero que mantiene una directa correspondencia con el presente y la textura de este. Aparece en este sonido el espectro de la naturaleza encarnado en grillos, pájaros, viento, agua y hojas; una naturaleza que se nos pareciese imponer como una alternativa de cambio diferente; una alternativa lejana y borrosa, pero posiblemente la alternativa correcta, la alternativa mejor.
En un momento de la película, Lucía le regala a su padre un par de anteojos nuevos. Luis se los prueba y es notorio el hecho de que con ellos ve mejor. Nunca vuelve a usarlos, y su excusa es que estos anteojos lo marean. ¿Nos marea el ver bien? Esta es una de las ideas que circula entre cada cuadro de la película; existe un malestar en aquellos que no pueden enfrentar al “enemigo”, que ni siquiera pueden divisarlo ni definirlo, porque ese enemigo se encuentra impregnado en la ciudad misma, y en las formas de tránsito dentro de esta ciudad. Ahí en los cimientos corroídos por los residuos de la dictadura y de las diferencias sociales y políticas que afloran en el país. Lo “político” es algo que afecta a los personajes, pero algo contra lo cual no pueden luchar fácilmente. Existe una dificultad para ver bien las cosas, pero esta dificultad es necesaria también para generar un distancia y ver mejor.
Estas distancias necesarias son otra manera de tocar el tema de lo urbano. Un punto de quiebre en el filme es la noche de navidad, cuando la cámara se despega de los planos fijos que nos muestran el barrio de Recoleta y la casa de los personajes, y se posiciona en el techo de un taxi que llevará a los personajes a un barrio alto de Santiago. Es necesario que transitemos las autopistas para sentir la distancia que existe en la ciudad, sentir el movimiento emplazado en el tiempo, transitar por las distancias sociales y económicas. Aquí las dinámicas cambian, Atallah ya no interviene en la materialidad de la imagen para alterar nuestra relación con ella, sino que se introduce a través de un registro cámara en mano en una fiesta de navidad de clase alta donde Luis y Lucía son contratados para realizar una “performance” navideña.
Disfrazados y encarnando una falsa actitud festiva, padre e hija entregan los regalos a los nietos de un ex-torturador de la DINA, a quien hemos reconocido anteriormente en las noticias del televisor. Nuevamente las lógicas de interpretación actúan desde los intersticios, desde las formas políticas del cine. Existe en esta escena un cambio radical del lenguaje y del estilo, que nos advierte sobre los matices en las expectativas y acciones de los personajes a los cuales podemos acceder. ¿Cómo se relacionan los personajes con los temas políticos que los rodean? ¿Cómo reaccionan a las diferencias sociales inherentes a la propia ciudad que habitan? ¿Cómo resisten a la injusticia?
Lucía propone una visión y una respuesta un tanto pesimista pero al mismo tiempo esperanzadora. Los personajes están obligados a convivir con el malestar. Hay cierta fuerza social que los aprisiona en esta situación y en este espacio donde colindan lo visible y lo invisible. El actuar y la pasividad, la resistencia y la resiliencia, los miedos y el deseo. Pero a pesar de este estancamiento o persistente inmovilidad, se nos presentan también vías de escape. Pareciese ser que una de estas vías se encuentra justamente en aquellas ausencias. Aquellos intersticios a los cuales no podemos acceder, pero que cobran sentido en la intuición e interpretación de los espectadores y personajes. Hay una ausencia de pasado, como también una ausencia de presente y futuro, y estas se hacen presentes cuando la película las pone en evidencia desde la sutileza.
Cuando la naturaleza aflora desde el sonido y el contraste con la imagen, podemos sentir algo parecido a cuando vemos un brote de pasto crecer entre las losetas de cemento en la calle. Hay una esperanza ahí difícil de definir. Una esperanza proyectada en la naturaleza, pero también de alguna manera, en el revisitar nuestra relación histórica como especie con la naturaleza, y por lo tanto también con el pasado. Esta naturaleza nos habla de una relación distinta con el entorno y el espacio, una relación marginada con respecto a la sociedad urbanizada. A lo largo de la película siempre hay una mirada al pasado acompañada de una proyección hacia el futuro. Siempre hay un esperanza en aquella mirada. Las secuencias en que Niles Atallah fragmenta la naturalidad de la imagen, no son la única vía por la cual nos fuerza a confiar en el parpadeo y en la dificultad de mirar para lograr ver las cosas de otra manera, sino que toda narrativa y poética en el filme apunta a esta idea.
En la noche de navidad (la noche de “nacimiento”) Lucía le regala a Luis un lápiz para que vuelva a escribir. Luis por su parte, le regala a Lucía una cinta de cassette que habían grabado juntos cuando ella era una niña. Ambos regalos representan una mirada o vuelta a un aspecto de su pasado, como también un deseo para el presente y el futuro. Lucía desea que su padre retome una actividad a la cual suponemos que él se dedicaba cuando joven. Un regalo que activaría su presencia en el presente. Luis, con su regalo, le pide a Lucía que no olvide su pasado, pero al mismo tiempo que se conecte con aquello de ese pasado que aún resiste al paso del tiempo y al presente: la casa en que habitan y la presencia de las ausencias que aquí cobran vida.