La familia –compuesta por Marco padre (Sergio Hernández), Marco hijo (Néstor Cantillana) y Soledad (Coca Guazzini)- se reúne para Semana Santa. Sin embargo, da la sensación de que algo turbado podría pasar. No solo porque Soledad habla de un escalofriante sueño con unos conejos, o porque la historia se enmarca en una Semana Santa de poco respeto, sino también porque la casa de playa donde pasan las festividades, es sombría y está en un lugar al que cuesta llegar (e irse), alejada y aislada. Además la familia está la espera de Sofía (Paty López), la polola de Marco, y su llegada se anticipa como un elemento de misterio: no la conocen los padres y esto les trae dudas (quién es, cómo será, dónde deberá dormir), Marco dice estar loco por ella y al fin, cuando aparece, ella trae consigo una transformación de la atmósfera del lugar: los temas de discusión cambian, llega con ella la droga, el erotismo y la falta de tradición. Incluso la diversión se pone casi macabra, poniendo en tela de juicio los valores de los personajes. Viene a condecir lo que el padre de Marco anticipa al inicio: “ya no se siguen las tradiciones”, como si se estuviera luchando contra las imposiciones. Aparece ahí la idea de lo trabado, es decir, ese algo que impide que las cosas sigan su curso habitual y las denota entorpecidas, paralizadas, interrumpidas. El protagonista, Marco, tiene una pierna enyesada que dificulta su caminar y sus amigos de playa e infancia siguen la misma idea, luchas contra una imposición: Rita (Macarena Teke), le cuesta comunicarse y opta por expresarse lo menos posible, mientras Aldo (Mauricio Diocares) y su compañero de universidad y amante en secreto, Pedro (Juan Pablo Miranda), tienen dificultad para expresar abiertamente su relación incluso cuando el tema es abierto por Sofía, pues trae incomodidad. Son personajes contenidos, ahogados y seguirlos trae ciertos miedos, pues sus decisiones se ven influenciadas por este temor a actuar, a decir, a avanzar. También la idea de lo trabado se muestra en el montaje de la película, que entrecorta la acción cuando esta aparentemente aún no termina de desplegarse, o también en la fotografía que hace una declaración sobre la naturalidad y el movimiento impreciso, como si se estuviera interrumpiendo constantemente. De pronto, la cámara también opta por seguir el humo del cigarro versus la acción propiamente tal: evadir lo aparentemente importante. Aparece esta paralización, además, con el monólogo de Ofelia que hace Sofía: la mujer con la cara en el horno, la mujer usada, la mujer con la soga al cuello.

Estas sensaciones, que provocan las elecciones estéticas del film, también se alimentan de un elemento discursivo adicional que no es más que la tensión entre la tradición y la costumbre, versus la transgresión, la novedad, lo iracundo. Es Viernes Santo, día que muere Jesús y la Iglesia Católica ordena ayuno y reflexión. Sofía invita a los amigos de Marco a tomar MDMA, una droga sintética que aumenta la actividad en algunos neurotransmisores provocando euforia, desinhibición, sociabilidad, entre otras. Se entorpece el ideal de tradición, la acción pasa a primar en la noche y los personajes tienen una fala ilusión de destrabarse, producto del químico que tienen en su cuerpo. Pero es una simple evasión a sus realidades. Al día siguiente es Sábado Santo, el día del luto cristiano, y las diferentes tramas de la película se cruzan por el sexo: Sofía masturba a Marco y luego invade la habitación del suegro, donde al verlo salir en toalla de la ducha, se declara una tensión sexual que se mantiene durante el día. También Pedro y Aldo tienen sexo esa mañana, pero se muestra lejos de lo placentero, respondiendo a la idea de lo trabado y luego viene la discusión sobre qué son y qué quieren el uno del otro. Hablan, sin decirlo directamente, sobre la manifestación ideológica en tanto la homosexualidad como se entendía en esa época. Es el momento culmine del sábado; Marco y Sofía discuten en la mesa con el padre presente, quien remata con: “hoy estamos en paz, en silencio, esperando que mañana renazca (Cristo). Salud por la vida. Por el silencio” y Sofía añade: “Por tu carne”. Es un momento curioso de la película: el padre, desde su cinismo, se encarga de recordar la tradición una vez más, cuando hacia el final él mismo rompe este ideal deseando a Sofía (la novia del hijo) y también enaltece el silencio brindando por él. Es precisamente ese silencio lo que traba a los personajes, que los imposibilita de caminar, de reconocer quienes son, de expresar sus verdaderos deseos haciéndolos caer en una red de mentiras y auto engaños, como si fuese muy complejo sostenerse a ellos mismos. Incluso Sofía que pareciera ser el personaje más transparente de la película, termina cayendo en este juego mentiroso que finalmente la destruye: cuando decide irrumpir en la habitación del suegro, cuando se roba los chocolates escondidos para el Domingo de Resurrección, cuando acepta el cigarro de Marco padre, cuando es insolente con su pololo. Ella se está dejando caer en la tentación implícita, el hedonismo que declara.

Sofía engloba el elemento más político de la película, un juego entre la tradición y “la carne”, pues ella presenta los temas que la sociedad chilena de inicios del 2000 aún no abría: el uso de drogas duras, la homosexualidad (aún como un tema tabú), el rol de la Iglesia en la idiosincrasia de la clase chilena más pudiente. Estas son manifestaciones en contra del conservadurismo que son abordadas en la película desde una estética más bien inconsciente; una constante improvisación, una puesta en escena que declara más fuertemente este improviso, esta naturalidad del momento y que se entrecorta, como ya fue dicho, con el montaje abrupto sin ganas de mantener la continuidad tan buscada por algunos directores. Y además con los elementos sensacionalistas sobre el temor de seguir a estos personajes atrapados, atemorizados en el contexto de una Semana Santa que a pocos les está resultando verdaderamente santa. Ya para el domingo, cuando es celebrada la resurrección de Cristo con alegría y gloria, Marco tiene una especie de epílogo que lo hace avanzar pero, aún así, manteniéndose trabado. En vez de enfrenar a su padre y a Sofía, opta por vengarse en silencio; en vez de enfrentar su venganza después, escapa. Pero, sí derriba el ideal de la tradición, y con su escapada pareciera que lo terrorífico que se anunciaba era simplemente el engaño, las mentiras que ahogan y no permiten el avance que promete la sinceridad. El engaño de una novia que no quería a Marco como decía quererlo; el engaño de unos amantes que, inventando tener que estudiar el fin de semana, terminan arruinándolo todo; el engaño de una familia que cree la tradición católica aplica para ellos, interpelando la hipocresía con que la religiosidad puede ser vivida. El engaño de mantener una imagen sobre quienes somos y el deber que tenemos que cumplir, cuando en realidad la tentación y lo más oscuro de cada ser humano aparece con mayor facilidad de lo que se espera.